sábado, 12 de junio de 2010

...acomodado silencio...

Ana García Echevarría

¿Hasta cuándo puede una persona tolerar las injusticias del ser humano? Posiblemente, hasta que su propio vaso de desborde. Hemos crecido en la posguerra que nos dejó la lucha por las libertades y derechos que todo individuo merece en la única vida que ha de vivir. Pero no estamos acostumbrados a la memoria histórica. Volver la vista atrás es algo selectivo, puntual, por conveniencia. La injusticia sigue latiendo en el sistema motor de esta sociedad y “donde hay poca justicia, es un peligro tener razón”, lo dijo Quevedo. La palabra tiene el mismo impacto que un puñetazo en la cara y, en base a eso, las dos opciones de respuesta parecen ser válidas. La agresión física, entre los que transitamos por este mundo, ha llegado a ser algo tan rutinario como amoral. Y, ¿qué hacemos como sociedad? Prácticamente nada. Ni siquiera podemos respaldarnos en su antónimo ‘justicia’. Sin embargo, nos avala un pasado de voces. Luchas de palabra que se envalentonaron a gritar que nos estábamos equivocando. Y en recuerdo a los que un día hablaron, hoy me da por hablar. Martin Luther King desarrolló una labor crucial en Estados Unidos al frente del Movimiento por los derechos civiles para los afroamericanos. Su guerra estaba encaminada a terminar con la segregación y discriminación racial a través de medios no violentos. Lo asesinaron cuando se preparaba para liderar una manifestación en Memphis. Fue él quien dijo, “la verdadera tragedia de los pueblos no consiste en el grito de un gobierno autoritario, sino en el silencio de la gente”. Creo en la no violencia, creo en las personas y quiero creer que aún podemos hacer algo por este desastre que hemos fecundado, llevado dentro y parido. Permitir una injusticia solo abrirá camino a las que le seguirán. Víctimas y verdugos podremos presumir de revolución a nuestra manera, pero, haciendo uso de una cita adjudicada al Che, la cualidad más linda de un revolucionario es ser capaz de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia cometida, contra cualquiera y en cualquier parte del mundo. Podemos quejarnos constantemente por todo pero no se hasta qué punto sirve para algo, en una sociedad donde la responsabilidad y la culpa se delegan en otros sin pudor. Así pues, la revolución que necesitamos como sociedad ha de surgir de los sentimientos violados por nuestras propias maldades. Hablar por derecho, hablar con principios, hablar con ética, denunciar lo denunciable y demostrar que, si el cambio está en nuestras manos, nuestras manos moldearan el barro que hoy sigue ensuciando esta existencia. Hagamos uso de las palabras con las que Barack Obama se ganó a un país, por si podemos terminar ganando algo.

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